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23 de octubre de 2014

"Se puede soñar contigo, pero sin ti."

Hace ya tres noches apareciste en mis sueños. Como aire fresco que se cuela por la ventana sin saber de dónde viene y qué mensaje te traerá. Como hacía tiempo que no lo hacías.

Todo empezó, así, en la hora en la que los sueños deciden invadirte como por casualidad. Tú. Una habitación, con olor a tristeza. Yo. 
Crucé la puerta sabiendo que te encontraría al otro lado después de tanto tiempo, así, destrozado y con gesto de dolor en la cara. Sé (supe) perfectamente el día que era, aunque en la vida real en no lo he vivido. 
Eterno el momento desde ese inicio. Desde que cruzaba esa puerta hasta que llegar a ti. Eterno el abrazo que te di. Que me diste. Que nos dimos.

En susurro, casi sin aliento, me preguntaste: ¿cómo estás? En voz baja te respondí: Bien, ¿y tú? Fue entonces cuando comencé a notar algo fuerte que apretaba mi mano y no quería soltarse, la tuya. Así estaba, sujeta a la mía, como muchas otras veces lo había hecho, pero en esta ocasión era por otro motivo. Las miradas hablaron. Reconociste en mis ojos las palabras que tantas veces te había dicho: "Estaré aquí para y cuando lo que necesites". Ahora entendiste su significado y le diste valor. Ahí, yo, entendí todo.


Entendí que hay cosas que ni pasan ni desaparecen, sino que siguen dentro sin quererlo (y queriéndolo). Entendí que (no) hace falta que sea real para poder abrazarte. Entendí que de la mano es cuando llegas a sentirte más fuerte en los momentos más difíciles. No entendí (ni quiero) que, contigo, para ser real...sólo tengo que soñarlo. 
© Texto y Fotografía María Fernández.